“El surgimiento del anterior sistema propició la delimitación espacial y la jerarquización de las clases sociales del pueblo. A la vez alteró sustancialmente la forma de uso de los inmuebles en el sector de El Centro, pues buena parte de sus propietarios trasladaron sus domicilios a los recién fundados barrios”.
La configuración arquitectónica de la mayoría de pueblos y ciudades de la Orinoquia corresponde a la centuria del mil novecientos, aunque hay evidencias en lugares como San Martín, Orocué, Pore, Támara, Arauca y Villavicencio donde existen céntricas casas que datan de los años mil novecientos.
No obstante lo relativamente recientes estos sencillos conjuntos habitacionales urbanos caracterizados principalmente por altas pareces de adobe pintadas con cal, tejados primero de palma y luego de cinc, cielorasos de bahareque, vigas, puertas y ventanas de madera, así como amplios patios circundados por corredores, constituyen la representación auténtica del patrimonio arquitectónico de nuestras localidades, con manzanas trazadas cuadriculadamente en torno a la plaza principal, conforme a la usanza europea.
Desafortunadamente el desmedido proceso de desarrollo que viene dándose en la región hace que rápidamente se esté destruyendo esta patrimonial herencia material.
Finalizando la década del cincuenta la capital del Meta formada principalmente por el tradicional sector de El Centro, en donde sus vecinos sin diferencias de clases sociales convivían en el mejor ambiente, comenzó la transición de pueblo a ciudad debido al crecimiento poblacional. Estaban anexos a la anterior área entre otros los nacientes barrios Villa Julia y El Emporio.
Pero indiscutiblemente el gran cambio urbanístico se produjo con el surgimiento de planes de vivienda auspiciados por el gobierno para mitigar los índices de demanda ya reinantes. Así surge primero el barrio San Fernando, poco tiempo después vendrían El Retiro y La Esperanza que desmembraron por completo a Villavicencio, puesto que le ampliaron considerablemente sus límites urbanos propiciando la construcción espontánea en los potreros intermedios entre la parte vieja y los citados barrios, sistema al que arquitecto español Ricardo Bofil cataloga como “uno de los problemas más graves de la ciudad latinoamericana” (1).
Durante esta dinámica de crecimiento urbanístico aparece luego en la localidad un cómodo y lujoso estilo de vivienda dirigido a la clase social de nivel económico alto como ganaderos, profesionales y comerciantes. Me refiero a los barrios El Barzal y El Caudal que de inmediato se convierten en exclusivos sectores residenciales.
Lo anterior trajo con sigo la delimitación espacial y la jerarquización de las clases sociales del pueblo. A la vez alteró sustancialmente la forma de uso de los inmuebles en el sector de El Centro debido a que buena parte de sus propietarios mudaron sus domicilios a los recién fundados barrios.
Ante dicha situación las casas céntricas comenzaron a ser arrendadas para establecimientos comerciales, principalmente oficinas, lo que exigió sencillas adecuaciones locativas dando paso al proceso de cambio arquitectónico de los inmuebles, fenómeno que con el paso de los años generado la paulatina e indiscriminada desaparición de antiguas edificaciones del centro de la ciudad.
De esta manera vemos cómo hoy sin ninguna estética ni respeto por el tradicional sector para nuestro caso comparable –guardando las proporciones- con el de la Candelaria de Bogotá, en pequeños e irregulares lotes en los que hubo modestas casas se han levantado incómodos edificios de dos y tres plantas.
Otras edificaciones simbólicas de la ciudad han sido demolidas para darle paso a locales comerciales o sedes de importantes empresas, rompiendo con sus fachadas de discutible armonía el paisaje del conjunto urbano al que pertenecen.
Quizá en la única ocasión en que ha habido algún tipo de protesta por parte de sectores de la comunidad fue a mediados de 1995 en contra de la destrucción del teatro Cóndor que con las mejores especificaciones técnicas lo inauguraron en la segunda mitad de la década de los cuarenta. Se ubicó frente al parque central y se convirtió en patrimonio afectivo y arquitectónico de los villavicenses.
Como es de suponerse esas voces no fueron atendidas puesto que primó el interés económico sobre el cultural. Tiempo atrás y sin ningún impedimento sucumbió también el Hotel Meta confortable edificación de elegante estilo arquitectónico que por muchos años fue insignia de la ciudad.
Sobre este tipo de casos el arquitecto Rogelio Salmona critica a los planificadores y urbanistas:
“que al intervenir fríamente en la ciudad, sin tener en cuenta la realidad social y la historia cargada de sentimientos, están destrozando la memoria” (2)
Dice también Salmona que “la ciudad colombiana es muy frágil, porque no le han dado tiempo para consolidarse” (3) y Villavicencio sí que es una ciudad frágil por ello la situación que le viene ocurriendo demanda urgentemente la realización de un inventario del patrimonio arquitectónico del sector antiguo de la ciudad, en caso de que exista que lo divulguen y lo hagan respetar.
Tal estudio debe fijar criterios y herramientas para propiciar la conservación de edificaciones que por sus características arquitectónicas y cargas históricas lo ameriten.
La administración municipal tiene responsabilidad directa para frenar la metamorfosis que le acontece al barrio El Centro. A propósito, un editorial del periódico El Tiempo consideró que:
“Hay que reestructurar el departamento de Planeación, en su parte humana, y componerlo de urbanistas experimentados y sesudos, que no se confundan con urbanizadores, ni vean a la ciudad como un simple campo de negocios de finca raíz” (4).
Aunque este planteamiento se hizo para Bogotá también es válido para Villavicencio y otras ciudades de la Orinoquia en las que seguramente el origen del problema al que aquí me refiero se debe al alto grado de desarraigo cultural de su población.
Mientras se dejen de cumplir las normas legales y se generen programas y procesos de rescate y fomento de la identidad cultural en pocas décadas Villavicencio verá desaparecida su arquitectura popular construida de manera sencilla, con equilibrio y estética durante los finales del siglo XIX y las primeras décadas del novecientos por hombres como Ismael Novoa, Roberto González, Joaquín Parrado y Misael Moya (5), cotizados maestros de obra de la segunda época referida.
En la construcción de las edificaciones ellos manejaron adobe, bahareque, cinc, ladrillo y madera. A pesar de todo lo que ha pasado las casas que aún quedan le brindan particular encanto al tradicional sector villavicense, al que se le denomina centro histórico.
Pero los intereses para seguirlo desarmando y borrarlo están al acecho. Parece que la consigna es darle paso a una nueva “ciudad que se inventa cada día, desarmónica y con gigantismo precario” (6).
2 y 3) Vale más el patrimonio urbano que la plata. En: Lecturas Dominicales, El Tiempo 11 de mayo de 1997, p 6
4) El diseño urbano. En: El Tiempo, 6 de septiembre de 1997, p 4 A
5) Pabón H., Sebastián. Testimonio oral
6) Ciudades en América Latina, urbanismo del caos. En: El Espectador, Hechos y personajes del siglo XX No. 165, 17 de septiembre de 1997
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Adenda: ponencia que leí en el III Encuentro de Orinocólogos, Corpoica La Libertad, Villavicencio noviembre 21 y 22 de 1997, organizado por el Corpes Orinoquia.
Al comienzo de noviembre de 2014 rescaté el texto y lo actualicé. Para esta nueva versión le practiqué correcciones y ajustes, también lo ilustré otras fotografías.
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Bravo! Este documento debe de tenerlo planeación municipal, haber si de una vez por todas humanizan esos planes de desarrollo de la ciudad.
Excelente historia del patrimonio arwuitectonico de la ciudad
Y aun así no han podido acabar el pueblito ni construir ciudad. Me refiero a los dioses parroquiales. Los gamonales del pueblo.
Excelente recuerdo de memoria, felicitación. Se evidencia la mediocridad e indolencia del estilo in humano y rabioso contra lo natural de nuestra historia, la mentalidad del estilo del manejo material rompe lo armónico….!