“¡Es el colono señores! Que, en época no lejana, buscando un poco de paz y un techo que lo abrigara, llegó allí y en ese punto decidió que se quedaba.”
A raíz de una publicación que redacté y publiqué en mi muro del Facebook con la cual rendí tributo al villavicense grupo femenino La Cubeitas del palmar intérpretes de folclor musical llanero en la década de los setenta, por un comentario que alguien en ese sitio escribió me enteré que una de las cuatro artistas fue ganadora del Festival Internacional de Joropo modalidad Poema, cumplido en San Martín –Meta- en noviembre de 1977.
Dicha noticia me llevó a contactar a la folclorista triunfadora, ella es Clemencia Torres Maldonado con quien tengo amistad hace años. Me confirmó la información y me contó que el tema de la obra que presentó y defendió en el certamen folclórico sanmartinero es sobre la Sierra de la Macarena.
Por lo anterior a Clemencia le valoré los siguientes méritos: a) ser autora del poema y haberlo defendido ella misma, b) la temática de la composición y c) haber ganado el primer lugar en esos años cuando el género femenino poco o nada tenía cabida en el mundo del folclor llanero colombiano.
Le solicité el favor de compartirme la letra de su obra. Pasaron los días sin tener noticias de ella. En búsqueda de algún dato para artículo que redactaba recurrí al libro Ensayos Orinoquenses (1988) autoría de María Eugenia Romero y con sorpresa en unas de sus páginas encontré el referido poema.
Transcribí la letra y se la envié a la compositora pidiéndole el favor de revisarla y hacerle correcciones. Como respuesta me hizo llegar copia del original de dicho texto escrito con máquina de escribir. Acto seguido lo cotejé. Aproveché para preguntarle cómo le llegó la inspiración para crear esa obra con mensajes ecológicos y críticos.
De manera amable hizo memoria y me narró esas inspiradoras experiencias las cuales comparto después de la letra del poema creado por Clemencia Torres M. motivo de esta crónica.
“Y sucede en nuestra sierra
En medio de la llanura, se levanta majestuosa,
imponente y seductora como una diosa pagana,
nuestra Sierra Macarena, nuestra sierra castigada,
¡castigada sí señores! por el delito de ser,
de Colombia punto clave: por donde usted quiera ver:
si caminamos la Sierra podemos allí vivir,
una flora exuberante donde hay tanta belleza
que con mi lengua profana no podía describir.
Y qué decir de su fauna, de sus ríos y su cielo;
es toda ella un paraíso que sólo aquí poseemos.
Su riqueza no se agota pues de su materno seno
ella gustosa nos brinda gustosa el petróleo y minerales,
orgullo de nuestro suelo.
Baña sus plantas un río que a sus riberas extiende
un manto de tierra verde, como toda tierra fértil;
y con sus cantos las aves embrujan al que allí llegue.
¡Más, no puedo decir más, sin que mi pulso acelere;
sin que mis ojos se nublen y la sangre se subleve!
porque a los pies de esa diosa ¡lucha contra el medio un hombre!
un hombre de brazos fuertes y de sonrisa cansada,
con corazón grande y noble
y las espaldas doradas por el sol que diariamente lo abraza con su mirada.
¡Es el colono señores!
Que, en época no lejana, buscando un poco de paz
y un techo que lo abrigara, llegó allí y en ese punto
decidió que se quedaba.
Derribó un trecho de selva y construyó su morada.
Sembró maíz, yuca, plátano, naranjas, cacao y caña;
y más tarde recogía con rostro maravillado
aquellos hermosos frutos que la tierra le había dado.
Él tuvo que someterse a mirar que se dañaran
por falta de carretera sus frutos: ayer, hoy tal vez mañana,
pues él no tiene motor, ni bestias ni buena plata
y de esta forma no puede sacarlos por tierra o agua.
Cuando sale para el pueblo va con la mente despierta.
Con el ojo fijo al suelo y con el oído alerta
a cualquier ruido felino, o a la traidora serpiente,
que en un momento cualquiera le puede clavar el diente:
a su paso por la pica, la senda de aquel valiente y
si es el río su medio, van sus músculos muy tensos,
porque, así como le ofrece de sus entrañas sustento,
sus raudales lo amenazan como su fiebre…. Constantes.
Y ya dentro del poblado llega el pulpo intermediario.
estudia bien al colono y se acerca el asqueroso
preguntando ¿cuánto vale?.
Luego se vuelve al avión, porque el piloto del mismo
con este trabaja en llave, para decirle al colono:
que ya no hay cupo en la nave.
¡Siempre con esa mentira! Y la impotencia del pobre.
¡Cada vez así le roban la causa de sus sudores!
Porque por no regresar con sus productos a cuestas
¡tiene que aceptar señores lo que los pillos le ofrezcan!
Pero aquí esto no termina si hablamos del Inderena,
que lo castiga si coge la presa para su cena,
pero si allí llega un gringo como una fiera sedienta,
es atendido muy bien y le prestan escopeta.
Puede andar libremente y cazar todo lo que quiera
matar dantas o venados, o cualquier ave cantora,
no importa qué clase sea, tomarle dos o tres fotos,
dejar que se pudra ahí ¡y seguir tras otra presa!
¡Que disecar cachicamos! ¡Que la piel de los cachirres!
¡Que, qué vestido se ha puesto la guacamaya viajera!
¡Que corte esa flor tan rara o esa orquídea tan esbelta!.
Señores yo los invito a reaccionar contra aquello,
contra el “mono” explotador que se adueña de este suelo
¡Arrojémoslo de aquí y tomemos lo que es nuestro! ”.
En el segundo semestre de 1975 Clemencia ingresó a la Licenciatura en Ciencias Agropecuarias en la Unillanos. A la par comenzó a tomar clases de Teatro en la institución participando en cortos montes escénicos. Su hermano Jairo, también estudiante y teatrero en formación, me contó que el profesor era Germán Pinto S. y que practicaban teatro experimental.
Con ganas de conocer la Sierra de la Macarena de la que escuchaban noticias acerca de los procesos de colonización que allá se estaban dando, a una compañera del grupo que tenía vínculos con alguien de la FAC le pusieron la tarea de gestionar el transporte para viajar.
La solicitud fue aceptada. La idea era que al regresar a partir de las experiencias escribirían un guión y luego montarían una colectiva obra escénica.
Dice Clemencia que llegaron a acampar en la margen izquierda del río Guayabero y que entablaron contacto con familias moradoras de esos territorios, quienes por diferentes razones llegaron del interior del país a fundarse y colonizar. En tales ejercicios vivenciales supieron de las alegrías y de las dificultades diarias de esas personas. Se enteraron de la libertad que tenían unos ciudadanos norteamericanos para recorrer la región.
Propósito de los excursionistas era conocer la Sierra de la Macarena pero el Inderena, entidad oficial, no les autorizó el ingreso. Ante esta situación con la ayuda de un canoero cierta noche pasaron el río y así pudieron durante unos días cumplir su propósito dentro de la reserva natural en la que conocieron a Caño Cristales.
Una semana duró la estadía de los estudiantes unillanistas en dicho parque nacional natural, quienes regresaron a Villavicencio en avión de la FAC.
Debido a la anormalidad académica que en 1976 afrontó la universidad el colectivo plan teatral se frustró. Ante esta situación en su villavicense casa del alto de Buenavista Clemencia empezó a escribir sobre las vivencias en la visita realizada a la Macarena.
A medida que lo escribía el texto se fue llenando de sentidos recuerdos y de reclamos sociales y políticos. A la postre la memoria del viaje tomó estructura de poema y su autora se arriesgó a inscribirlo en la convocatoria del Festival Folclórico del año 1977 con sede en el patrimonial pueblo de San Martín, Meta.
Sorpresa fue que la obra con marcada carga sociológica fuera admitida a pesar de los explícitos mensajes de protesta. Digo que además de la letra, el sentimiento y la capacidad histriónica que le imprimió al defender su obra fueron claves para que ganara el concurso. Nada de raro es que ella hubiera sido la única mujer en el festivalero concurso.
Conviene recordar que en el contexto latinoamericano en esas épocas florecía el inconformismo juvenil contra la presión de sistemas políticos, situaciones que dieron origen al histórico movimiento artístico de protesta -más musical y literario- que llamaba a tomar conciencia y a ejercer resistencia social.
A cambio de una monografía o de una crónica, la composición “Y sucede en nuestra sierra” de la villavicense Clemencia Torres Maldonado narra asuntos propios de la dinámica colonización que acontecía tanto en la Sierra de la Macarena como en áreas de su influencia.
Es la visión de lo que con sus compañeros y compañeras conocieron en terreno durante una semana de la segunda mitad de la década del setenta.
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