“Así pues, a la par con el establecimiento de una mentalidad empresarial moderna, debemos trabajar de manera mancomunada por una nueva ruralidad, más digna y productiva para todos”.
El sábado 19 de agosto tuvimos la oportunidad de participar en el Encuentro de Agricultores del Ariari 2023, organizado por la Agropecuaria la Rivera Gaitán, en el que con los directivos de la empresa, al lado de expertos gremiales de Cenipalma y Fenalce, productores agropecuarios, agroindustriales, comercializadoras de insumos y equipos, Banco Agrario, entre otras entidades, analizamos retos, oportunidades, dificultades y potencialidades de nuestro sector agropecuario regional.
En lo personal, como proveedor de La Rivera Gaitán y como amigo de su presidente el señor Reinel Gaitán T., la invitación fue un reto, pues me habían pedido realizar una intervención, y sabía que no pasaría por allí sin aportar mi grano de arena a la reflexión sobre el estado de nuestra agricultura.
En el marco del encuentro, pude compartir con los asistentes algunas reflexiones sobre los nuevos retos para la agricultura. Mis consideraciones al respecto trataré de plasmarlas en este escrito.
Indudablemente, los nuestros son nuevos tiempos, marcados por el cambio climático y sus consecuencias que constituyen el mayor reto planteado en toda su historia para la humanidad. Y no se trata sólo de los desastres asociados a más y más intensos fenómenos naturales, o a el inevitable aumento en el nivel de los mares que afectará las zonas costeras donde se concentra la mayor parte de la población global. Además de la emergencia de la nueva categoría de desplazados climáticos, la combinación de la inestabilidad climática, la imposibilidad de acceder a nuevas fronteras agrícolas, dificultan el reto de alimentar a una humanidad creciente, con las mismas o menos tierras disponibles para producir alimentos.
En nuestro entorno inmediato, estamos viviendo el comienzo del boom agrícola de las tierras de altillanura y piedemonte, sobre las cuales por décadas nos dijeron que eran sólo aptas para ganadería extensiva, pero que quienes las hemos trabajado sabemos que son bondadosas, y que aunque requieren enmiendas para controlar la acidez, son tierras de gran potencial de suelo, distribución de lluvias, buena radiación solar y condiciones fisicoquímicas que, sin ser óptimas, ofrecen buenas posibilidades para regenerar y estructurar suelos con un excelente balance en cuanto a productividad y a liberación o captación de carbono.
Hasta ahora nuestra bolsa de alimentos ha sido deficitaria en producción, y dependiente en gran medida de la importación (especialmente de maíz, trigo y torta de Soya), y por eso nuestros procesos agroproductivos, con excepción de algunos renglones como café, banano y flores, han estado orientados al consumo nacional. Pero como resultado de diversos factores como la interrupción de la cadena de suministros y la retención de algunos productos por los países productores que los consideraron activos estratégicos, o coyunturas como la disminución temporal del suministro de aceite crudo de palma por parte de Malasia e Indonesia en parte por la pandemia y en parte por sus políticas de renovación de cultivos, nuestro sector agrícola está viviendo una reactivación importante con proyectos sectoriales como “Soya y Maíz, Proyecto País”, el establecimiento de nuevos cultivos de palma aceitera, o la reactivación del sector algodonero en el Meta, que permiten proyectar un desarrollo creciente de las cifras en hectáreas, toneladas, y sustitución de importaciones.
En la medida en la que estos nuevos procesos sigan generando dinámicas de crecimiento, hay muchos retos nuevos que se nos plantearán. Para nuestra reflexión actual, vamos a mencionar 2 muy importantes la Sostenibilidad y el Capital Humano, ambas íntimamente relacionadas como vamos a ver.
La sostenibilidad debe nacernos del corazón, pero si no es así, podemos fomentarla con la razón. La sostenibilidad, que de hecho es un concepto integral que envuelve lo económico, lo ambiental y lo social, se resume a garantizar la posibilidad de mantener una actividad a lo largo del tiempo. Y para que ello se dé, tendremos que garantizar la rentabilidad (sostenibilidad económica), la conservación o mejora de las condiciones del medio en el que realizamos nuestra actividad (sostenibilidad ambiental), y que nuestra actividad implique bienestar y no daño a las condiciones de las personas involucradas y las comunidades cercanas (Sostenibilidad social).
La dinámica de los mercados de cara a la crisis ambiental global, ha venido estableciendo exigencias que sí o sí, debemos cumplir para tener acceso a los mismos. Más allá del sobreentendido cumplimiento de regulaciones locales como legislación agraria, códigos ambientales, laborales y normativa de derechos humanos, los grandes países y bloques consumidores han venido estableciendo exigencias de certificación objetiva de las condiciones de sostenibilidad, lo que ha dado lugar a un sinnúmero de certificaciones como Rainforest Alliance, Fairtrade, Sello Ambiental Colombiano, RSPO, ISCC, entre otras.
Para nuestro caso concreto, tratándose de una reunión que básicamente contó con participación de Palmicultores y Cerealistas, sólo mencionamos las dos últimas: RSPO Roundtable on Sustainable Palm Oil (Mesa Redonda sobre Aceite de Palma Sostenible), e ISCC International Sustainability and Carbon Certificate (Certificación Internacional sobre Sostenibilidad y Carbono), la primera originada en Malasia, primer productor mundial de aceite de palma, y centrada en el cultivo de la misma, y la segunda, originada en Alemania, y que abarca todas las cadenas de producción y suministro en las que participen productor de origen agrícola, forestal, de biomasa, de desechos biológicos o de economía circular con base orgánica. Ambas tienen principios muy similares, pero la aplicabilidad de la ISCC es mucho más amplia que la de RSPO que sólo se centra en las cadenas del aceite de palma.
Exponíamos a nuestra audiencia que inevitablemente tendremos que ajustarnos a las exigencias de los mercados, pues una vez el volumen de nuestra producción sature los mercados nacionales, tendremos que competir en los internacionales bajo sus reglas de juego, lo cual no es malo, pero requiere una mentalidad más empresarial que la de simples negocios familiares que tuvo hasta ahora nuestra actividad agropecuaria.
Pero no son malas noticias. De hecho, si miramos los principios y requerimientos de certificaciones como la ISCC, nos encontramos:
Como hemos expuesto, hay una serie de exigencias a las que debemos adaptarnos en menor o mayor medida, pero en esencia, nada de lo expuesto está lejos del que debe ser el imperativo ético y económico de cualquier empresa. Y vemos que hay un factor que está presente de manera transversal en todos estos aspectos, cual es el Capital Humano.
La educación, la protección social y ambiental, y el fortalecimiento de las comunidades cuyo medio compartimos y de las cuales nutrimos el recurso humano de nuestras empresas, son partes vitales de la adecuación a los nuevos retos que nuestra agricultura enfrenta, y cabe recordar que los gremios también son instituciones, como lo son las organizaciones sociales, comunales y de asociatividad empresarial, y de su gestión, y no sólo de la de las instituciones gubernamentales, dependen el bienestar y el desarrollo de nuestras comunidades.
Así pues, a la par con el establecimiento de una mentalidad empresarial moderna, debemos trabajar de manera mancomunada por una nueva ruralidad, más digna y productiva para todos.
En todos los foros a los que asistimos, escuchamos que el déficit de disponibilidad de capital humano es un cuello de botella para la agroindustria, y es cierto. Lo es y se agravará en la medida que el despegar de las nuevas iniciativas aumente la demanda de personal para las labores del campo, por lo que el reto mayor es cómo podemos hacer atractiva la vida y la labor rural, y eso no depende sólo de los empresarios, sino que necesariamente requiere intervenir un modelo de desarrollo equivocado que por décadas urbanizó a la población, a la vez que careció de políticas adecuadas para el sector rural. Y las certificaciones son nuestras aliadas en ese sentido, pero en su implementación también debemos apostar por la asociatividad, de manera que podamos asumir de mejor manera los costos que implican, a la vez que hacer un uso más racional y eficiente de los recursos materiales, financieros y humanos de los que disponemos.
Por medio de esquemas asociativos, podemos hacer inversiones más racionales que nos permitan, por ejemplo mantener la propiedad individual de los cultivos, pero hacer gestión colectiva de temas como la maquinaria agrícola, los equipos y sistemas de agricultura de precisión, la sanidad de los cultivos (manejo integrado de plagas en manos de empresas asociativas especializadas, el transporte, la fertilización, las labores culturales como poda, cosecha, mantenimiento de vías, etcétera.
Es difícil, y no es eficiente, que cada productor siga teniendo equipos de sanidad que demandan capacitaciones constantes, sus tractores y otras maquinarias con sus operarios, personal de cosecha que debe atender los picos de producción, pero que a veces no se puede mantener en las épocas valle o de baja producción, y si empezamos a adaptar nuevas tecnologías, tener sus operadores de drones, analistas de imágenes satelitales y un largo etcétera de actividades que las nuevas tecnologías aplicadas al agro y los sistemas de certificación nos van a imponer, y la respuesta a estas necesidades está en ofrecer educación adecuada a los jóvenes rurales, y crear la nueva estructura empresarial asociativa que con ese capital humano, satisfaga las necesidades de mano de obra de nuestro sector.
Indudablemente son grandes y nuevos retos, pero son igualmente inmensas oportunidades, para nuestra región, para nuestro sector y para el beneficio de la humanidad.
Para terminar, debo remarcar que escuchaba ayer una vieja idea errada sobre la palmicultura según la palma de aceite es una “maleza”, y sólo hay que ponerla ahí. Y puede ser verdad. Vemos la existencia de muchas palmas espontáneas, por ejemplo en las orillas de las carreteras, pero igualmente es cierto que si tratamos a nuestras palmas como maleza, obtendremos la rentabilidad correspondiente, es decir, sólo pérdidas, como con cualquier maleza.
Al contrario, mientras en la región vemos palmeros que se satisfacen con productividad de 13 o 15 toneladas por hectárea/año de Racimos de Fruta Fresca, sin implementar coberturas adecuadas, con manejos deficientes y combinación de palma con gramíneas y ganado, tenemos en cambio, ejemplos de pequeños palmicultores que cuidan cada palma como a un hijo, con las mejores prácticas agronómicas y dándoles todo lo mejor, alcanzando producciones de hasta 45 toneladas de RFF por hectárea/año. Los hechos son tozudos y hablan por sí solos. Ese es el camino de la sostenibilidad.
Nota: el autor de este artículo es Agricultor, Filósofo, Consultor político, Democracia, Ambiente y Paz, DAPAZ, Consultores.
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Bello cuando los pequeños productores son apoyados por el gobierno para manejar la seguridad alimentaria por departamentos y regiones
Como hace falta las UMATAS q antiguamente existían
Muy bien enfocados los razonamientos sobre los retos que debemos enfrentar.Solamente debemos considerar que el crecimiento de la población humana debe tener sus límites.
Gracias. Interesante lectura. Encuentro que la educacion a la juventud rural es clave para la agricultura, ganaderia, turismo, para todo. Debemos invertir mas en esto y menos en armamento.
Cordial saludo Oscar,
Interesante disertación que plantea la necesidad del enfoque a la nueva ruralidad, donde la sostenibilidad ambiental en la producción agropecuaria es clave, a la par de incentivar el relevo generacional de campesinos hoy envejecidos en su mayoría, incentivando el regreso al campo, donde la educación debe estar a la altura del desarrollo tecnológico, incentivar la asociatividad , para temas de comercialización, garantizar la compra de las cosechas (Centros de Acopio, compras públicas), garantizando una asistencia técnica estatal, porque el desarrollo rural hace mucho tiempo, no ha estado dentro de la prioridad gubernamental, desde la terminación de las Umatas, la Subgerencia de Desarrollo Rural con la transformación del ICA, y de programas que fueron tan importantes como el DRI.
Hoy es trascendental, una agricultura competitiva, con buen manejo de suelos, protección de bosques y acuiferos, con trazabilidad en la producción y un ideal una agricultura baja en carbono, con certificación en BPA y producción limpia.