“Luego, el crecimiento urbanístico del caserío obligó el traslado de ese cementerio a un para entonces periférico terreno en la salida para la vereda Caños Negros en donde continúa estando. Por la acelerada dinámica urbanística hace décadas el camposanto quedó integrado al área urbana”.
En el proceso evolutivo de pueblo a ciudad y con la llegada de prácticas sociales modernas, Villavicencio lentamente ha ido perdiendo elementos culturales que habitaban en su cotidianidad.
A continuación recrearé algunas costumbres mortuorias ligadas a la fe católica, tema al que la Antropología denomina funebria y al que otros estudiosos de la cultura popular clasifican bajo el género del folclor de los muertos.
Villavicencio en su transcurrir histórico ha tenido dos cementerios centrales o urbanos bajo la administración de la iglesia católica. El primero se ubicó en los terrenos que hoy ocupan las instituciones educativas Francisco de Miranda y Centro Cultural, separadas por un tramo de la avenida Alfonso López que también formó parte del camposanto.
Algunas recordaciones orales quedan de cuando en el abandonado cementerio en diferentes momentos con maquinaria excavadora se realizaron las referidas obras.
Luego, el crecimiento urbanístico del caserío obligó el traslado de ese cementerio a un para entonces periférico terreno en la salida para la vereda Caños Negros, hoy sobre la ruta a Catama. Por la acelerada dinámica urbanística el camposanto hace décadas quedó integrado al área urbana.
Comentarios pueblerinos decían que por mera coincidencia el ciudadano que de manera generosa donó ese lote resultó ser el primer difunto sepultado ahí.
Arraigados a la tradición cultural villavicense fueron algunos ritos que se cumplieron en las casas de las personas fallecidas, velorios en los que la familia era acompañada por amistades.
Quizá el primer ritual consistía en que una vez que se ubicaba el ataúd para su velación se procedía a colocarle debajo –en el piso- un vaso con agua para que el alma del fallecido calmara su sed.
A partir del deceso y por algo más de diez días este evento generaba gran actividad tanto en la sala acondicionada para la velación y el posterior novenario, como la cocina en donde se preparaban muchos litros de café y aguas aromáticas para atender a los acompañantes de la familia. En ocasiones también se ofrecía aguardiente.
Una vez se cumplían las exequias y con el fin de rezar el novenario en la sala se vestía un altar en el que se colocaba el vaso con agua.
La última noche del novenario -ocasionalmente el altar era reemplazado por una maqueta de ataúd- guardaba especial significación debido a que la jornada iba hasta horas de la madrugada del siguiente día en razón a que se rezaba lo correspondiente a ese día y después –con intervalos- se repetían todos los rezos de la novena, es decir del primero al día noveno.
Por consiguiente en esa jornada se acrecentaban las labores en la cocina, porque además de las bebidas antes enunciadas al concluir el religioso ritual se ofrecían abundantes viandas a todos los solidarios acompañantes.
Caseras también eran las coronas que se enviaban a los velorios, en razón a que por entonces no había floristerías en el pueblo.
Para su elaboración se utilizaban materiales como papel crepé de colores variados, también alambre. En menor proporción se recurría a las cosechas de los jardines.
En su orden estas tradiciones poco a poco fueron perdiendo vigencia debido a que las empresas funerarias comenzaron a ofrecer el servicio de salas de velación. Así mismo las iglesias brindaron la posibilidad de oficiar novenas para difuntos. Con el surgimiento de floristerías las artesanales coronas caseras también entraron en el olvido.
Entre las prendas de luto usadas por los deudos de la persona fallecida, las mujeres lucían trajes de color negro. Los hombres hijos del difunto o difunta lucían camisas de tonos claros con un botón negro en el bolsillo o una cinta de igual color atada en el brazo.
Por lo general el traslado a la iglesia se hacía a pie. El cortejo lo encabezaba el ataúd cargado por parientes o amistades del difunto o difunta. Las damas acompañantes lucían trajes de colores negro o gris, así como pañoletas o rebozos negros.
Aunque no corresponde a los momentos en referencia pero que sí formó parte de estas tradiciones, se recuerda que en los oficios religiosos en el mes de las madres –mayo- los estudiantes huérfanos de mamá lucían un clavel blanco en bolsillo de su camisa, mientras que los demás llevaban igual flor pero de color rojo.
Siguiendo con el tema cabe recordar que por mucho tiempo se acostumbró un sistema discriminatorio en el cementerio central villavicense, porque hubo un panteón destinado exclusivamente para sepultar a los suicidas.
Paradójicamente esa práctica la hubo cuando por añeja tradición oral se decía que el donante del terreno por alguna severa crisis emocional se suicidó y ahí lo sepultaron.
El surgimiento de los dos parques cementerios en la década del setenta también trajo consigo cambios sustanciales en las costumbres mortuorias locales, como la inédita oferta comercial y publicitaria emprendida por las empresas Jardines del Llano y Jardines de la Esperanza.
Así la venta de lotes de contado o a plazos sorprendió a los villavicenses que por lo general hasta entonces pensaban en el asunto de la tumba solo cuando había un luto.
Casos hubo de familias que adelantándose a esos difíciles momentos con antelación construyeron sus mausoleos en el cementerio central.
Otro de los impactos causados en gran proporción por la entrada en servicio de los distantes parques cementerios fue porque entró en desuso la parafernalia tradicional propia en los entierros de niñas y niños de muy corta edad, a quienes les vestían de ángeles.
Los cortejos fúnebres que incluían vistosos pabellones elaborados con cintas de papel de colores, portados por chiquillos y chiquillas en desfiles hasta el cementerio. Una vez ocurría el entierro sobre la tamba dejaban el pabellón.
Puede decirse que la continuidad en el funcionamiento del cementerio central de la capital metense permite que aún se practiquen antiguas costumbres de carácter popular, rituales todos ricos en simbolismos.
Nota: la redacción e impresión de esta crónica local la hice al inicio del año 2000, pero solo ahora -con algunos ajustes al texto original- la publico en este sitio.
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Excelente recordacion. Tambien mucha gente, todos los lunes visitaban el cementerio. Se rezaba el rosario a las almas, se llevaban flores y se arreglaban los sepulcros o tumbas.
Actualmente pocas personas hacen la visita al cementerio el dia lunes.
Las salas de velación se condicionaron por sanidad,era la razón. El coche fúnebre era tirado por caballos.
En Semana Santa el cementerio era visitado durantebtoda la noche; hastabla madrugada.
En Semana Santa, el cementerio era visitado durante toda la noche; hasta la madrugada.
La primera funeraria que recuerdo fue la MOYA OSORIO y quedaba frente al edificio de la beneficencia, hoy de la Alcaldia.
Eso eran mediados de lo 60’s
Yo estudiaba en el colegio divino niño y ahí pasábamos y veíamos el ataúd. Con su respectivo personaje adentro y con la tapa levantada.
Siempre dejaban la tapa levantada.