La reglamentada manga de madera con pocas graderías la construyeron en los potreros ubicados frente al edificio de Cofrem, hoy sector comercial de la avenida 40 de Villavicencio. El texto de las pancartas de ese evento decía: “El trabajo del llanero hecho espectáculo”
Estimo oportuno redactar este ensayo histórico relativo a un elemento representativo de la cultura popular llanera que tiene añejas raíces en territorios de Colombia y Venezuela, las que a su vez –siglos antes que los cables de la internet- están atadas a la península ibérica.
Se trata del coleo: simbiosis de trabajo y recreación del hombre llanero.
Si hay que buscar a quiénes se les debe que en lugares de América haya surgido la tradición del coleo y de otros rudos oficios con semovientes, los rastros están entre los conquistadores y en los coloniales curas jesuitas que de España trajeron caballos y vacunos.
En lo referente a los llanos de Colombia la historia tiene ubicado a Gonzalo Jiménez de Quesada como el primero (1570), puesto que desde Santafé de Bogotá con el propósito de fundar pueblos por caminos de indios bajó la cordillera con 1.100 caballos y 600 vacas con destino a los llanos de San Juan.
Por su parte a los sacerdotes de la Compañía de Jesús se les reconoce haber sido pioneros en la importación ¿quizá de Barinas? de reses con fines comerciales, fundando sus haciendas Caribabare en Casanare (1661) y Apiay (1740) en los entonces llamados llanos de San Martín.
Puede deducirse que los clérigos para sus objetivos comerciales enseñaron a los servidores de sus propiedades las labores de crianza, pastoreo y procesamiento de sub productos ganaderos. Tanto sus haciendas como sus semovientes rápido se multiplicaron en la tropical región.
Hay que decir que equinos y vacunos por igual formaron cimarroneras o mañoseras y que de allí en estado salvaje para domarlos los extrajo el llanero.
Sin lugar a dudas en las sabanas de estos territorios colombianos está la génesis del coleo a cargo de la primigenia raza llanera que de este y otros oficios ganaderos más que un trabajo hizo su cotidiana recreación.
Con el surgimiento de pueblos en los territorios llaneros y con ello la aparición de festejos populares en honor a santos patronos, el coleo pasó de ser labor rural a formar parte principal de las programaciones citadinas.
Eso obligó a que las pueblerinas destapadas calles con maderas y guaduas les taponaran sus intersecciones o “boca calles”, convirtiéndose así en las primeras mangas de coleo.
Como estímulos para los jinetes triunfadores en cada jornada se hizo costumbre que las reinas populares les estamparan besos en sus mejillas y les colocaron cintas de colores en sus hombros.
No puedo precisar si ocurrió culminando la década del 70 o al inicio de la del 80, cuando dentro del programa del Torneo Internacional del Joropo y del Festival de la Canción Colombiana con sede en Villavicencio, se incluyó la primera tarde de toros coleados.
La reglamentada manga de madera con pocas graderías la construyeron en los potreros ubicados frente al edificio de Cofrem, hoy sector comercial de la avenida 40.
Recuerdo que el texto de las pancartas promocionales de ese evento decía: “El trabajo del llanero hecho espectáculo”, frase que de manera clara y concisa resume lo que representaba y representa el ejercicio del coleo.
En septiembre de 1997 por mera casualidad justo un mes antes de iniciarse la primera versión del Mundial de Coleo, en compañía de Jairo Ruiz Ch. y creo que del tocayo Caballero en el bar de Guillermo de la plazuela de los Centauros unas cervezas compartimos con Julio Eduardo Santos Q. el emprendedor empresario de ese certamen quien estaba ansioso por el resultado que su aventura pudiera tener.
Sin ser fanático de esa tradición regional colombo venezolana, además de Villavicencio en el Meta he visto colear en Restrepo, en Vichada en La Primavera, también en Orocué, Támara y en Paz de Ariporo, Casanare, en el último municipio durante la tarde del 5 de enero de 2007 en la víspera de la fiesta de la Virgen de Manare santa patrona de los llaneros.
Los cancioneros colombo venezolanos de joropos están enriquecidos con centenares de cantos referentes al coleo y muchos cantautores e intérpretes son también coleadores de ahí que cuando cantan sus historias lo hacen con mucha propiedad y sentimiento.
En mi memoria tengo el recuerdo de la primera obra artística sonora de larga duración que escuché en la cual se narran y cantan los momentos previos, pasando por la festiva jornada y el final del espectáculo de jinete, caballo y vacuno.
Su autor es el casanareño Jesús “el Catire” Morales quien hace más de tres décadas compuso en Villavicencio y luego grabó en Venezuela su composición “El Coleo”, que tiene una duración de 20 minutos, está en YouTube.
Al final el narrador dice lo siguiente:
“…Siempre el pagano de todo es el toro o el novillo, que revolcaos contra el suelo son los que marcan la pauta de una buena jornada”.
Y la obra folclórica culmina con una voz infantil que pregunta “¿de quién es coleo?, inquietud a la que “el Catire Morales” le da la siguiente respuesta:
“El coleo es del llano y el llano no tiene fronteras es tan nuestro como los corridos, el Merecure, el Pasaje, la Guacaba, la Cachicama, la Kirpa y otros tantos joropos de nuestra llanura…..”
En el espectáculo del coleo por lo general la res es la que en rauda carrera resulta sometida por el ágil jinete. Esa regla en ocasiones se rompe puesto que el enfurecido toro a veces da sorpresas nada gratas.
De lo anterior hablan los siguientes dos textos literarios en los que el caballo lleva la peor parte.
El primero corresponde a Fredy Salcedo, cantautor venezolano, quien en un fragmento de su melancólica canción Viejo soguero esto cuenta:
“Viejo soguero, viejo soguero porque usted no pica el cuero del toro sardo cachú,
el que me mató el caballo, mi caballo cabos negros
cuando cogía cachilapos en sabana abierta a la luz de la luna de enero.
Caballo como el mío no había nacido, ligerito como el viento yo con él y él con migo.
Caballo el toro no me dio tiempo de anudar el cabo de soga por eso siento y lamento que estés retozando en sabanas del cielo”.
El segundo ejemplo lo encontré en la clásica novela La vorágine de José Eustasio Rivera (1924). Es un episodio narrado con la peculiar riqueza literaria del autor huilense. La trágica escena es narrada por Arturo Cova, personaje central de la obra:
“Adiestrado por la costumbre, diose a perseguir un toro barcino, y era de verse con qué pujanza le hacía sonar el freno sobre los lomos. Tiraba yo el lazo una y otra vez, con mano inexperta, más, de repente, el bicho, revolviéndose contra mí, le hundió a la cabalgadura ambos cuernos en la verija.
El jaco, desfondado, me descargó con rabioso golpe y huyó enredándose en las entrañas, hasta que el cornúpeto embravecido lo ultimó a pitonazos contra la tierra”.
A la tradición cultural intangible colombo venezolana encontré que en las dos naciones la han exaltado.
Así mientras en Venezuela tiene himno propio, en Colombia el Comité Olímpico Colombiano en 1998 lo elevó a la categoría de deporte nacional.
Sobre el tema de esta crónica son las dos siguientes anécdotas: en La Macarena –Meta- poblado de colonización andina en el año 2001 supe que sus espacios públicos incluían la manga Guacamaya y que el pueblo tenía su propio club de coleadores La Herradura. En esa época dicho municipio con otros tres del Meta eran de la denominada zona despeje.
En el histórico y cordillerano pueblo de Támara –Casanare- en 2010 para poder construir la manga de coleo con medidas casi reglamentarias en la zona más plana del área urbana tuvieron que rebanar una loma, por eso a la tamareña manga la llamaban “Cerro bravío”.
Culmino este escrito sobre el coleo bien patrimonial intangible de la cultura llanera, diciendo que es tan fuerte la popularidad de esta ancestral labor de la economía ganadera regional, que en territorios metenses con poblamientos del interior del país antes que polideportivos sus mandatarios construyeron mangas de coleo.
Nota: este artículo lo terminé el 22 de febrero de 2017, ahora lo comparto con algunas correcciones.
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Oscarín, el primer ganado vacuno que entro al hoy departamento del Meta, lo introdujo Juan De Avellaneda y Teviño en el año de 1555 cuando fundó en el alto Ariari la población de San Juan de los Llanos. Este ganado había llegado de un hato denominado Santa Bárbara, de los Llanos de Barinas a Santa Fé, y de Santa Fe a San Juan de los Llanos.
Excelente escrito
Felicitaciones mi guamona, excelente trabajo literario de investigación.
Oscar como siempre buen artículo. En mis recuerdos el primer Coleo que presencié fue en la visita como Candidato a la Presidencia que hizo Carlos Lleras Restrepo a Cumaral en 1965. Adecuaron la calle donde están las “famas” (expendios de carne) como manga de coleo. Fue todo un espectáculo para mis ojos de niño.
Oscar, estupendo conocer cada día un poco más de esta maravillosa tierra que me ha acogido, y en donde me quiero quedar.
Muchas gracias.